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diumenge, 14 d’abril del 2024

Hoi An, My Son y Da Nang

Hoi An: núcleo del comercio vietnamita en los siglos XVI y XVII

El centro de Viet Nam cuenta con muchísimas maravillas a las que vale la pena dedicarles varios días: y la joya de todo es el apacible puerto comercial de Hoi An, que atrajo durante siglos a comerciantes portugueses, holandeses, árabes, chinos, franceses y japoneses, que convivían apaciblemente durante meses con los vietnamitas, intercambiando mercancías de todo el mundo. Faifoo le llamaban en Europa: sus almacenes rebosaban de seda, papel, porcelana, especias, nácar y muebles lacados. Comerciantes chinos y japoneses llegaban en primavera aprovechando los vientos del monzón y allí se establecían hasta final del verano, cuando los vientos cambiaban y regresaban a casa. Es entonces cuando también llegaban comerciantes de Europa y las península arábiga e índica. Allí se establecían todos esos cuatro meses en casas más o menos opulentas en primera línea del mar, donde también tenían sus almacenes.

Hoi An, que en vietnamita y chino significa lugar de encuentro pacífico, refleja el poder del comercio para unir a los seres humanos y evitar las guerras. Los chinos fueron la comunidad más importante y de hecho, agrupándose por regiones de origen, construyeron bellos salones donde se congregaban para charlar, negociar, celebrar eventos o rezar a sus diferentes deidades.

No por casualidad, Hoi An fue la primera ciudad en la que entró el cristianismo a Viet Nam. Y sigue siendo la más habituada al trato con extranjeros de todas las poblaciones del país. Y aquí fue también donde se crearon las reglas para dejar de escribir el vietnamita en caracteres chinos y hacerlo en latinos, como ocurre hasta hoy.

Pero, en el siglo XIX, el río Thu Bon se encenagó, y los comerciantes se marcharon a Da Nang, que construyó un nuevo puerto. Aún así, y tras la invasión francesa, estos, enamorados de la belleza de la decadente ciudad, la convirtieron en una capital administrativa secundaria. Y la suerte quiso que tampoco sufriera los bombardeos de las guerras indochinas gracias a la colaboración de las diferentes partes implicadas. Por eso, a finales de siglo XX, Hoi An empezó a atraer a un elevado número de visitantes, tras ser declarada patrimonio de la humanidad por la UNESCO, que implicó la protección de 800 edificios. La principal razón de ello es que constituye un ejemplo más o menos intacto de ciudad asiática medieval dedicada al comercio Y aunque mantiene un cierto encanto, la concentración de turistas es cada vez peor. Aún así, sigue siendo la ciudad más pintoresca de Viet Nam y los instagramers se vuelven locos con las oportunidades se sacar fotones en cada esquina.

Para llegar hasta aquí, nosotros volamos de HaNoi hasta DaNang y luego tomamos un Grab (aplicación de transporte parecida a Uber que funciona fenomenal) hasta Hoi An. 

Joyas que descubrir en las callejuelas de la ciudad

Hay muchísimos que ver aquí: desde los halls de las comunidades chinas, los diferentes templos, las casas históricas de los mercaderes o la variedad de restaurantes y las especialidades hacen que la ciudad se disfrute por el paladar. Por no hablar de las oportunidades de comprar ropa a medida de alta calidad si se sabe donde ir.

Consejo: comprad en la oficina de turismo una entrada combinada para cinco de los dieciocho lugares históricos abiertos al público. Nosotros optamos por el puente japonés, la casa de los Tan Ky y dos Salas de Congregación: la de Fujian y la de Hainan y la capilla de la familia Tran. Se pueden elegir sobre la marcha, así que no os agobiéis por eso.

Empezad por el corazón de la ciudad es la plaza del mercado, donde está el pozo Ba Le, famoso por ser donde sacan el agua para preparar el Cao Lau, especialidad de la ciudad que más adelante os explico. Dentro y fuera del mercado hay interesantes puestos de comida y souvenirs de todo tipo, destacando el puesto específico de palo santo que merece mucho la pena en una de las esquinas.

Caminad hasta el puente que la comunidad japonesa construyó para conectar su barrio con el de los comerciantes chinos: es el símbolo de la ciudad. Una pena que en nuestra visita estuviera en restauración. Aún así, pudimos ver partes del mismo entre andamios: todo un símbolo de la convivencia pacífica y el progreso que implica el comercio.

Seguid hacia la casa de la familia Tan Ky, en la que han vivido ya siete generaciones de comerciantes vietnamitas. Es otro gran ejemplo de esta ciudad fusión de culturas, con techos de estilo japonés y cuadros de nácar con poesía china. Se mantienen los muebles que aún hoy usan, y hasta el altar familiar. Pero lo mejor es el bucólico patio lleno de naturaleza, con decoraciones en la piedra que imitan las hojas de parra, de clara influencia sur europea. La parte trasera se alquilaba como almacén a los comerciantes extranjeros, y aún se pueden ver las poleas con las que subían y bajaban mercancías.

Otro punto que me encantó fue la Sala de la Congregación China de Fujian, donde socializaban los comerciantes de esta región china que residían en Hoi An. Además de las salas de reuniones y bellos patios, cuenta con un templo dedicado a Thien Hau, deidad muy popular en dicha provincia y diosa del mar china, representada en un bello mural donde aparece con un farolillo atravesando un mar tormentoso en busca de un barco que se va a pique.

Uno de los lugares más mágicos de la ciudad y con apenas turistas es la capilla de la familia Tran, encargada por un mandarín de la corte vietnamita que ejerció de embajador en China en 1802. A partir de ahí, varias generaciones de esta familia son veneradas aquí, cada uno con su caja de madera, que se abre en sus aniversarios de muerte respectivos para quemar incienso y ofrecerles comida. Parte de las habitaciones de la casa son ahora salas de antigüedades estando la mayoría a la venta.

Por la noche es obligatorio pasear por la ribera del río Thu Bon, bordeado del mercado nocturno de comida y souvenirs, y con las icónicas barquitas en las que se suben los turistas a dejar las velitas en el agua tras pedir un deseo. Y sí, lo hicimos: es una experiencia chula y salen fotones de ahí.

Sastres sin igual y comida única

Hoi An y sus habitantes mantienen su espíritu comercial de siglos por lo que, además de las omnipresentes tiendas de souvenirs de mejor o peor gusto, aquí hay excelentes sastres pero también muchos timadores. Para evitar sustos, directos a Mister Xé, un sastre entrado en años pero que sigue haciendo su trabajo con cariño y perfección, rodeado de sus simpáticas aunque a veces algo atrevidas asistentas. Primero elegiréis si queréis haceros trajes, americanas, pantalones, camisas o todo a la vez, luego elegiréis las telas y diseños. Y finalmente os tomará las medidas (muchas medidas). Podéis llevarle fotos de trajes que os gusten: os los calcará. También para mujeres. Dadle unas 48 horas de margen porque es muy perfeccionista y seguramente os hará ir varias veces a pruebas para retocaros lo que hayáis pedido hasta que os quede como un guante.

Para comida, Hoi An es uno de los grandes destinos del país, porque mantiene platos tradicionales que se siguen preparando con técnicas de hace cientos de años. Paseando por calles secundarias veréis la pasta fresca secándose al sol en grandes platos con la que luego preparan el Cao Lau, un plato del siglo XVII que antaño solo se podían permitir las clases pudientes, y que se servía en los primeros pisos de las tiendas (a diferencia de la comida callejera). Está hechos con fideos de tipo soba traídos por los japoneses en sopa con hierbas aromáticas, lonchas de cerdo y crujientes crackers de arroz banh da. Ahora lo podéis probar el locales como Miss Ly, donde lo hacen estupendamente. Otra especialidad de la ciudad es el Banh Bao, raviolis de arroz al vapor rellenos de gambas, cerdo picado y setas, con cebollino y chalotas picadas por encima. El mejor lugar para disfrutarlos es el restaurante White Rose. Otro buen buen restaurante para disfrutar de platos del centro de Viet Nam es el Morning Glory, en una antigua tienda reconvertida.

El mercado nocturno también es perfecto para disfrutar de especialidades locales: tienen hasta ranas y palomas asadas al carbón. Personalmente opté por limitarme a disfrutar del croar que hacen al anochecer las ranas que pueblan los parques de la ciudad. Comprad cualquier otro tipo de carnes o verduras y sentaos en las sillitas que dan al río para disfrutar sin prisas de estos bocados.

Para los amantes del café: el de sal de que sirve en The Espresso Station es delicioso, y su tranquilo jardín perfecto para alejarse un rato del bullicio de las callejuelas.

Respecto al alojamiento, Hoi An tiene una variedad enorme de precios para todos los bolsillos. Nosotros optamos por el hotel Almanity, con una gran piscina interior y unos tranquilos jardines que sirven para aislarse del bullicio por unas horas, pese a estar muy céntrico. Su desayuno es súper variado y tienen bicicletas que se pueden usar de forma gratuita por los huéspedes, muy cómodas para recorrer la ciudad. Además, también las usamos para visitar la playa más cercana de la ciudad, donde el hotel tiene un convenio con el club Esco Beach en el que poder pasar un rato tumbado tomando algo al lado del mar. Tras recorrer unos bonito arrozales llegamos a la playa de Cua Dai.

My Son

No hay que dejar de dedicar medio día a visitar esta maravilla de la cultura cham, el antiguo corazón del reino Champa y ahora sitio arqueológico no habitado más grande del Sudeste asiático. Esta civilización única floreció en el litoral del actual Viet Nam entre los siglos IV y XIII, estrechamente vinculada al hinduismo. Vestigio de esa civilización es el conjunto de imponentes torres-santuarios erigidas en el sitio espectacular donde estuvo emplazada la ciudad que fue capital política y religiosa del Reino de Champa durante la casi totalidad de ese periodo.

Mi consejo es que vayáis o muy temprano o ya muy tarde: así no solo os ahorraréis el tremendo calor sino sobre todo las masas de turistas que abarrotan el entorno. La gracia del sitio es verlo con la mayor solitud posible. Por eso, en vez de uniros a los ruidosos grupos que van en los paquetes turísticos que se venden on-line, mejor pactar un precio con un conductor porque no es mucho más caro.

El caso es que el reino Champa tomó tanto la religión hinduista como el sánscrito como lengua sagrada, copiando el arte del subcontinente indio: a mi me recordó mucho a mi viaje a India de enero de 2023. Este reino fue finalmente engullido por Viet Nam en el siglo XVII. Aún así, los chams siguen siendo una minoría étnica importante, con casi 150.000 persona, usando sus técnicas centenarias de alfarería y de seda.

Llegaréis a la mitad de un frondoso valle de la jungla donde se hallan las ruinas de la antaño ciudad sagrada, centro intelectual y religioso de esta civilización perdida, y tumba de sus monarcas. Los franceses lo redescubrieron en el siglo XIX pero los bombardeos estadounidenses de la guerra de Viet Nam redujeron muchos templos a cascotes ya que aquí se ocultó una parte importante del Viet Cong. Aún se pueden ver enormes agujeros causados por obuses o templos hechos picadillo.

Por suerte, los franceses habían trasladado muchas de las esculturas encontradas a museos de las ciudades, por lo que no se vieron afectadas por estos bombardeos. Aún así, quedaron varias lingas aquí y allá, que son las representaciones sagradas de Shiva, dios fundados y protector de las dinastías de este reino, con forma de falo, donde se hacían rituales de agua sagrada. Muchos bajorrelieves se mantienen y se aprecia la gran fineza de los artesanos que los hicieron, así como estatuas de elefantes o deidades: sus cúspides estaban recubiertas de oro. Los trabajos de restauración prosiguen gracias al apoyo de las cooperaciones de Italia, Japón y la India.

En el museo de la entrada se conservan también estatuas de interés aunque lo más curioso es ver los espectáculos de danza que realizan locales de la etnia cham a cada media hora representando bailes y rituales de la era Champa en honor a Shiva. Y en sus tiendas de souvenirs venden unas galletitas de coco locales que están riquísimas.

Da Nang: el Viet Nam que viene

Tras visitar My Son, y antes de tomar el tren a Huè en Da Nang, pasamos unas horas descubriendo su paseo marítimo, su famoso puente del dragón (del que sale fuego cada noche a las 21h) y los rascacielos que crecen sin para tanto en las riberas del río Han como en la bahía, gracias al boom del sector digital que vive la ciudad.

No teníamos ningún plan específico y nuestro conductor nos llevó a comer al restaurante Lang Cá, frente al mar, que tenía decenas de tanques de agua con todos los peces y crustáceos que se pueden obtener en estas latitudes, para elegir los que quisiéramos y que los cocinaran al instante.

Finalmente, acabamos en un puesto de helados frente al restaurante probando el postre por antonomasia de la ciudad: helado fresco de aguacate con otra bola de helado artesanal de coco y todo cubierto con copos tostados y crujientes de coco: delicioso.

Pienso que si hubiera sabido como es Da Nang le hubiera dedicado un día más, por lo que si podéis, os recomiendo pasar algo más de tiempo aquí, en el futuro de este país.

IMPRESCINDIBLES

Comer

Cao Lau en el restaurante Miss Ly.

Helado de aguacate y coco en cualquier heladería de Da Nang.

Comprar

Trajes y camisas de seda a medida en Mister Xé.

dimecres, 3 d’abril del 2024

Tortuguero

La ruta hasta el Caribe costarricense

Un mono aúlla a lo lejos mientras diversos tipos de aves nocturnas graznan y ululan... y de repente cae un chaparrón tropical. Al parar, ranas de ojos rojos empiezan a croar emitiendo un sonido desconocido para mí. Y mientras me quedo dormido con la brisa del mar que se cuela por mi ventana en una agradable noche tropical del Caribe tico.

Esta experiencia maravillosa es una de las tantas que ofrece el Parque Nacional Tortuguero, una de las zonas que más tardaron en colonizar los europeos, pese a que Cristóbal Colón llegó a Costa Rica por aquí en 1502. Las tribus de los miskitos o cabécar siguieron viviendo por aquí hasta que la construcción del ferrocarril en 1871 atrajo a miles de antiguos esclavos africanos en Jamaica en busca de trabajo en las plantaciones de la multinacional estadounidense United Fruit Company.

Ahora Tortuguero es un destino muy popular en Costa Rica, país conocido por ser destino internacional para los amantes de la naturaleza: el 28% de su territorio está protegido, y en este viven el 5% de las especies animales del planeta. Uno de los mejores sitios para ver animales es precisamente este parque nacional. Para llegar hasta allí, lo primero es recorrer la carretera 32 atravesando el parque nacional Braulio Carrillo, a través del mayor túnel del país: el Zurquí. En este recorrido se pasa del clima primaveral del valle central a un clima fresco del bosque nuboso donde casi siempre llueve. Podréis disfrutar de vegetación que recuerda a Parque Jurásico y ver cascadas preciosas. Además, cruzaréis el río Sucio, lleno de sulfuro del volcán Irazú que le dan a sus aguas un color marrón.

Si vais en uno de los tours organizados que salen a diario de San José, parareis a desayunar en un local a orillas del río Blanco, donde os darán tiempo para recorrer un sendero donde ver perezosos y tucanes. La última parte del recorrido por tierra se hace a través de las plantaciones de banano que siguen teniendo Del Monte o Chiquita (aunque cada vez más la sustituyen por piña o aceite de palma). Aquí tienen almacenes, pequeños aeródromos para fumigar y sobre todo las icónicas líneas metálicas de cables en las que cargar los pesadísimos racimos de bananos y trasladarlos de las plantas a los almacenes donde se empaqueta. Las históricas huelgas de estos trabajadores a mediados de siglo XX, que tantos sacrificios les supusieron, fueron clave para conseguir los actuales derechos laborales consagrados en la normativa costarricense.

Finalmente, según el nivel de las aguas, os llevarán a un embarcadero u otro (en mi caso fue a La Pavona) y os subiréis en una lancha rápida que os dejará en vuestro alojamiento tras un recorrido de más de hora y media a través de las lagunas Penitencia y Tortuguero en la que disfrutaréis de unas vistas sin igual.

El pequeño Amazonas tico

Pese al nombre, que no engañen las apariencias: además de las tortugas, aquí la gran atracción es la observación de aves de brillantes plumajes. De hecho, se le conoce como el pequeño Amazonas de Costa Rica, con sus canales cubiertos de nenúfares y su frondosa jungla a ambos lados del recorrido.

Esta es la parte más húmeda de Costa Rica, y se descubre básicamente en barca, a través de los canales creados muchos en 1974 para conectar lagunas y ríos y facilitar la navegación interior entre estas poblaciones y Puerto Limón. Así podían cargar más fácilmente las maderas nobles, principal negocio de la zona hasta que Costa Rica lo convirtió en parque nacional. Fue entonces cuando el ecoturismo se convirtió en la principal fuente de ingresos y mantener el entorno pasó a ser una prioridad.

La mayoría de turistas llegan para ver desovar o nacer a cuatro de las ocho especies de tortugas marinas que existen en el mundo, pero yo no fui en época de desove, porque pese a ello, Tortuguero es increíble para ver perezosos, cocodrilos, monos aulladores, monos araña, pequeñas ranas, enormes iguanas verdes, basiliscos y, por supuesto, más de trescientos tipos de aves.

Me quedé en el Laguna Lodge, un hotel en mitad de la selva con casitas rodeando algunas piscinas y una zona central de restaurante y salón de estar, además de su propio embarcadero. Es un resort cómodo pero algo anticuado, que tenía a un lado un agitado mar Caribe y al otro el canal principal de Tortuguero, lleno de caimanes y cocodrilos. La parte del Caribe tiene corrientes tan fuertes que uno no puede bañarse. Lo más curioso de esta playa es que de julio a octubre se pueden ver a las tortugas desovar o incluso nacer: eso sí, siempre de noche, en la que durante dos horas se puede ver esta maravilla acompañado de voluntarios que vigilan que nadie haga tonterías ni interrumpa los procesos de las tortugas.

Tras la cena, el pack que compré ofrecía un pequeño tour nocturno por los alrededores del hotel en el que pudimos ver huellas de jaguares y de ocelotes (a los animales en sí es muy difícil verlos), pero si vimos varias ranas de ojos rojos, incluso un par apareándose. También oropéndolas Montezuma (grandes aves con sus nidos gigantes en los árboles), arañotas venenosas o gekkos, presentes en el mobiliario del hotel.

Al día siguiente, antes de desayunar, hicimos el recorrido principal que ofrecía mi paquete. Se hace muy temprano, y como la noche había sido lluviosa, justo cuando salía el sol era el mejor momento para ver fauna, puesto que todos los animales salen a esa hora. Tocó levantarse a las cinco de la mañana para montarse en la lancha y ver centenares de especies de aves guiados por un biólogo: Costa Rica acoge al 10% de aves que existen en el mundo, ya sea de forma permanente o temporal durante sus migraciones.

La población de Tortuguero

Otra de las excursiones era ir en barca hasta la población de Tortuguero, una bulliciosa aldea de raíces afrocaribeñas con una playa famosa por las miles de tortugas que llegan a ella en temporada. Importante llevar efectivo ya que pocos lugares aceptan tarjeta y es difícil encontrar cajeros.

El pueblo está lleno de antiguas máquinas e instrumentos usados en el pasado para extraer maderas y cazar, principal actividad económica de sus habitantes hasta que el ecoturismo dio una vuelta completa a su manera de relacionarse con la naturaleza. También hay una planta de tratamiento en la que transforman la basura orgánica en fertilizantes, el plástico usado en nuevas botellas y hacen otro tanto con el vidrio. 

Mientras se pasea por el mismo, comprad una pipa para que os la abran y beberos su nutritiva agua: se trata de un coco joven y tierno de color verde con menos pulpa y más agua de coco en comparación con el coco maduro. El sonido del calipso que se escapa de alguna ventana os acompañará mientras sorbéis la pipa.

IMPRESCINDIBLES

Beber

Agua de pipa recién abierta en las calles de Tortuguero.

Canción

Tortuguero Tribute (Calipso) de Ricardo Fonseca.


Libro

Mamita Yunai - Carlos Luis Fallas.


diumenge, 24 de març del 2024

Laos

Un país adormilado

Laos es muy diferente al modernizado Vietnam del que aterrizábamos: da la sensación de ser un país a cámara lenta donde todo discurre sin prisas. Monjes envueltos en túnicas azafrán rezan o van despacito de un lugar a otro, mientras el resto vende en los mercados, limpia la calle o vuelve de las tareas del campo. Esa quietud se acaba de romper con la inauguración del tren de alta velocidad que conecta Kumming con Vientiane, atravesando como una bala y con gran estruendo los puentes y túneles construidos al efecto, llenando de grandes grupos de turistas chinos las antaño adormiladas calles de Luang Prabang.

Opté por esta ciudad por ser uno de los tres lugares declarados patrimonio de la humanidad por la UNESCO en Laos. Solo íbamos a dedicar dos noches a Laos y esta ciudad era el lugar más fácil para hacerlo.

Seamos prácticos: para visitar Luang Prabang, lo primero es ir a la web oficial de su ministerio de exteriores, pedir un visado y pagarlo online: no suelen tardar más de dos o tres días en aceptar. Luego lo imprimís para cuando lleguéis al país. Lo segundo es reservar un vuelo desde Bangkok, Ha Noi o directamente desde la capital, Vientiane.

Ciudad de Luang Prabang

En un vuelo de Lao Airlines aterrizamos en esta ciudad ejemplo excepcional de la fusión de la arquitectura tradicional con las estructuras urbanas creadas por las autoridades coloniales europeas en los siglos XIX y XX. Su extraordinario paisaje urbano, muy bien conservado, ilustra una etapa clave de la mezcla de dos tradiciones culturales diferentes. Su conjunto de 33 monasterios junto con villas coloniales de la época de Indochina crea un entorno espectacular a los bordes del río Mekong, y cuyo centro histórico forma una pequeña isla con el río Khan por el otro lado, mantiene parte de la antigua grandeza que le dio ser capital real aunque ahora con la calma de no ser más que una pequeña ciudad en un pequeño país sin acceso al mar.

La antigua "Ciudad del Oro" estuvo en disputa entre mongoles, jemeres y el pueblo de Yunnai hasta que en 1353 el rey Fa Ngum, apoyado militarmente por los jemeres, fundó el reino de La Xang (un millón de elefantes) estableciendo aquí su capital y el budismo theravada como religión oficial. Casi doscientos años después, este pequeño reino selló su alianza bicentenaria con los jemeres aceptando a Pha Bang, una famosa imagen de Buda, que aún custodian. Tan importante fue este hecho que la capital de La Xang se renombró como Luang (Real) Prabang (nombre del Buda donado, Pha Bang). La ciudad fue saqueada en 1887 por mercenarios chinos, por lo que su debilitada monarquía acabó aceptando la protección francesa ese mismo año: un comisario llegó de París y la ciudad se llenó de franceses.

La ciudad se mantuvo como el gran feudo monárquico de Laos, evitando los bombardeos estadounidenses de las guerras de Indochina. En 1975, el Pathet Lao (organización hermana del Viet Cong), se hizo con el poder y abolió la monarquía. Además,  en 1980 colectivizó de la economía: los aristócratas, burgueses e intelectuales abandonaron la ciudad, que quedó prácticamente en ruinas. Sin embargo, en 1989, el régimen readmitió la empresa privada y muchas de las casonas se transformaron en tiendas y hoteles. La ciudad consiguió el reconocimiento de la UNESCO como patrimonio de la humanidad en 1995, consolidando su recuperación que sigue hasta hoy.

Recorred la calle Sakkaline para ver mansiones, templos y casas de comerciantes recuperadas, en un agradable conjunto al que se le suma el mercado nocturno que se monta al caer el sol (perfecto para comprar toda clase de souvenirs de varias calidades, así como menaje del hogar bonito o decoración). La recuperación  de la ciudad se observa, además de en las calles principales, en el Palacio Real, bastante humilde y bastante reciente: de 1904. El salón de audiencias así como el salón del trono son algo más impresionantes, siendo el resto de estancias amplias pero humildes. La propia colección de coches reales da muestra del poco poder económico de esta monarquía, con poquitos vehículos y casi todos donados por franceses y estadounidenses. Aún se puede ver el escudo real con los tres elefantes en palacio, antes oficial del país y el que lucía en la bandera.

También es interesante subir hasta el TAEC, o centro de artes y etnología, situado en la antigua mansión del juez francés, donde además de exhibirse artesanías de diferentes pueblos del país, cuenta con una agradable tienda en la que comprar productos de altísima calidad y cuyos beneficios van en gran parte a las mujeres que los elaboraron.

Muy recomendable subir a la colina de Phu Si, en mitad de la ciudad, para tener un panorama de la misma, los ríos que la envuelven y la selva que la rodea; y disfrutar de una puesta de sol preciosa si no fuera por el griterío que se forma con los cientos de grupos de turistas chinos que abarrotan el lugar. En la subida o bajada (hay varios recorridos) podréis ver pequeños santuarios, destacando el Wat Siphoutthabat, que custodia una huella de Buda.

La capital religiosa del budismo laosiano

Luang Prabang es la capital espiritual del país. De hecho, el Wat Mai Suwaunnaphumahan, es el monasterio donde se encuentra la sede del jefe del budismo laosiano y uno de los pocos templos que se salvó del saqueo chino de 1887. Increíbles sus fachadas forradas en pan de oro, con detalles elevados a la perfección.

Es interesante ver como el partido único controla el budismo y se asegura que sea enseñado siguiendo los principios del marxismo. Además, la formación de los monjes incluye cursos de adoctrinamiento en las líneas del partido. En Luang Prabang es tradición que todo ciudadano hombre pase, al menos algunas semanas de su vida, como monje. Por eso hay tantos monasterios y por eso la ciudadanía es tan consciente de las necesarias aportaciones económicas para que puedan llevar a cabo su formación y retiro espiritual, escojan el periodo vital que escojan. 

Una de las tradiciones más bonitas es el Tak Bat, o la llamada de los monjes a las almas, es un ritual que se produce cada día al amanecer, cuando los monjes salen de sus monasterios envueltos en sus túnicas azafrán y descalzos para recoger las bolitas de arroz glutinoso que les ofrecen los devotos, sentados en fila en las paredes de los templos, esperando a los monjes en un estado de meditación. El lugar de mayor concentración es al final de la calle Sakkarin, donde incluso las autoridades cortan el tráfico durante varias horas para facilitar esta práctica silenciosa. Pese a que los grupos de turistas están estropeando esta experiencia mística, aún guarda cierto misterio. Si queréis asistir, además de levantaros muy temprano, debéis observar la práctica desde el otro lado de la acera, en silencio, sin parlotear. Y si queréis tomar fotos, de lejos y sin ruidos ni flash.

Si hubiera que destacar un par de monasterios de los tantos que pueblan la localidad, sin duda el primero sería Wat Xieng Thong, el monasterio más antiguo más bello de la ciudad. El precioso templo central con el mosaico del árbol de la vida budista o el mosaico de una estupa que representa actividades cotidianas son maravillosos. Varias estupas, cada cual más bonita que la otra, y en otro de los templos se guarda el carruaje ceremonial que cargaba las urnas con las cenizas de la realeza laosiana en desfiles públicos, con una gran Naga representada a la cabeza. Estas serpientes de múltiples cabezas son animales sagrados medio humanos que protegen a Buda en la mitología theravada. Otro monasterio al que se puede dar un vistazo es el Wat Ho Pha Bang para ver el famoso Buda dorado que da nombre a la ciudad.

Crucero por el Mekong hasta las cuevas Pak Ou

Otra práctica religiosa importante es peregrinar hacia las cuevas sagradas de Pak Ou, río arriba. Si queréis emular las peregrinaciones anuales que hacían los habitantes de la ciudad, encabezados por la antigua familia real, tomad una de las excursiones diarias que salen desde la ciudad en cómodos cruceros que os llevarán a través del Mekong hasta donde este río se encuentra con el río Ou, donde están las dos famosas cuevas en un peñasco de piedra caliza. Tras subir unos escalones empinados os encontraréis con la primera cueva, lleva a rebosar de estatuillas de Buda de todas las formas y tamaños que han ido dejando los fieles.

La segunda cueva, algo más elevada y que requiere subir muchos más escalones durante un rato, es mucho más grande y oscura, por lo que suele requerir linterna para poder observarse bien, La cueva se mete hasta 50 metros dentro de la roca y cuenta con Budas mucho más grandes. Si tenéis suerte de evitar grandes masas de gente, el lugar es perfecto para disfrutar de un poco de misticismo.

A la vuelta río abajo muchos tours paran en Ban Xang Hay, pueblecito en el que elaboran el famoso lòw-lów, o güisque laosiano de arroz. Allí os enseñarán en directo como lo destilan a través de un proceso en el que se hierve y fermenta el arroz, y te lo ponen directamente en una botella para poder llevártelo. Ofrecen degustaciones de varios tipos y vale la pena llevarse alguna botella de recuerdo ya que está bueno.

Comida laosiana

Finalmente, acabo esta entrada hablando de la comida. Y aunque es cierto que Laos no ofrece las gastronomías tan complejas de sus vecinos chinos, tailandeses o vietnamitas; en su defensa hay que decir que gran parte de los platos thai tienen origen aquí, como por ejemplo el som dam, la omnipresente ensalada de papaya verde a tiras con ajo, jugo de lima, salsa de pescado y gambas secas. Además, Laos sigue comiendo al ritmo de sus estaciones, por lo que encontraréis especialidades y frutas diferentes según el mes de visita. Nosotros como fuimos en enero, pudimos degustar kòw mow, un arroz que se mezcla con coco y se seca, quedando crujiente. Lo veréis en muchas de las calles, secándose al sol para luego poder degustarlo como un snack o como acompañante de las sopas.

También secan piel de búfalo, pescados, algas del Mekong, frutas... es una técnica muy común para almacenar comida en el país. Luego se vende así en el mercado de la alimentación de la ciudad, donde también se pueden encontrar las típicas berenjenas minúsculas del país o sus famosas salsas de pescados fermentados. Pero lo mejor del mercado diurno son las mini tortitas de coco hechas con harina de arroz: recién hechas son tremendamente adictivas.

Si solo pudierais ir a un restaurante en Luang Prabang, no habría duda: Tamarind. Ofrecen sets de exploradores con muestras de varios platos típicos. A mi me encantó el Koy Pa, pescado preparado con hierbas aromáticas picadas, aunque mi plato favorito fue el Oua Shi Kai, brochetas de pollo en citronela que se mojan en salsa de cacahuete: increíbles. También el Láhp, el plato por excelencia, una ensalada algo picante hecha de carne picada de ternera, cerdo, pato, pescado o pollo. Casi todos los principales llevan fideos de arroz o bien arroz glutinoso, aunque las baguettes de pan, sobre todo a la hora del desayuno, también son frecuentes (herencia colonial francesa). El Mok phaa o pescado al vapor en hojas de banano también está bueno.

Sus postres también son excelentes: desde el arroz púrpura glutinoso en leche de coco a la calabaza al vapor con natillas de coco o los crujientes churros de harina de arroz y coco que también venden recién hechos en el mercado diurno.

Luang Prabang tiene mucho más que ofrecer, como excursiones a unas cascadas maravillosas, trekking o otros restaurantes y locales de copas que me dejé por explorar. Y por supuesto, Laos tiene mucho más que ofrecer, desde templos perdidos en la jungla, aldeas de etnias encantadoras o su curiosa capital. Espero poder volver algún día a este plácido pero amable país.


IMPRESCINDIBLES

Comer

Oua Shi Kai y Láhp en Tamarind.

Beber

Lòw-lów en Ban Xang Hay.

Canción

Bor Luem Sunya de Alexandra Bounxouei

dilluns, 4 de març del 2024

Moldavia (y Transnistria)

El país menos visitado del mundo

Moldavia es, después de Kiribati, el país con menos turistas de 2023. Y ello no sorprende, ya que es un país mal conectado con el resto del planeta, sin patrimonios de la humanidad UNESCO y con una promoción turística prácticamente nula.

Aún así, el país merece ser descubierto: cuenta con cómodos hoteles a precios decentes, comida deliciosa, vinos de primera. paisajes preciosos y una historia interesante, con mucha arquitectura y estatuas de la época soviética, sobre todo en la rebelde provincia de Transnistria. 

Tuve la suerte de ir por trabajo y luego quedarme un par de días para descubrir algunos de sus tesoros por lo que comparto algunas ideas para los que os animéis a descubrirlo. Lo ideal sería dedicar unos días a su capital, un par a alguna zona rural y viñedo y otro día más a visitar Transnistria.

Chisinau, estampas de una típica capital soviética

Para entender mejor la historia de este desconocido país, lo mejor es empezar visitando el Museo Nacional de Historia, donde a través de paneles explicativos, maquetas y artefactos históricos, se narra su historia desde los primeros poblados fortificados dacios y carpetanos; pasando por la era del imperio romano (por eso aquí se habla una lengua latina, el rumano) y llegando al siglo XV, cuando el rey Esteban el Grande consiguió librarse de los dominios de Hungría, Polonia y el imperio otomano. Su reinado de 47 años es todo un símbolo en la historia moldava, que lo señala como etapa dorada hasta el punto que el actual escudo del país (una vaca bajo una estrella) sigue siendo el de este rey.

Poco les duró la independencia ya que en 1538 los otomanos retomaron el control hasta que en 1812 les cedieron estas tierras al imperio ruso. De hecho, en la gran plaza de la Asamblea Nacional (antiguo Soviet Supremo de la República Socialista de Moldavia), aún se alza el decimonónico arco del triunfo que conmemora la victoria rusa sobre los turcos. En esa época, el imperio empezó el proceso de rusificación del Moldavia, cambiándole el nombre por Besarabia y eliminando el uso del rumano de la administración o la religión. Varias partes de Moldavia pasaron a ser del reino de Rumanía mientras que otras se iban asimilando al imperio ruso. Pese a todo, la intelectualidad moldava redescubría el rumano a lo largo del XIX y el romanticismo lo volvía a situar como lengua de periódicos, narrativa y poesía.

La Segunda Guerra Mundial fue terrible para Moldavia: 300.000 moldavos murieron esos años. Pero a la vez, en 1940, se creó por primera vez en siglos, una entidad semi-autónoma moldava: la república socialista soviética de Moldavia, que pasaba a formar parte de la URSS. A los bombardeos nazis (primero) y soviéticos (después, para expulsar a los nazis) sobre Chisinau, se unió los efectos devastadores de un terremoto que casi alcanzó el 8 en la escala de Richter. 

La capital quedó totalmente destruida, por lo que se reconstruyó siguiendo las pautas de una típica ciudad soviética ideal, con una enorme avenida central que la atravesaba entera, perfecta para los trolebuses eléctricos, con enormes torres de viviendas grises a ambos lados. Poco ha cambiado la estética de la ciudad y recorrer dicha avenida es todo un viaje al pasado: se trata del bulevar Esteban el Grande. Los altísimos bloques de viviendas son especialmente espectaculares en la llamada "puerta de Chisinau" con dos bloques simétricos que parecen abrazar al visitante. Las farolas, semáforos, gran parte del mobiliario urbano y hasta los murales de realismo socialista siguen casi todos intactos. También imponentes edificios públicos como el teatro nacional o recintos deportivos, incluyendo numerosas piscinas al aire libre: Chisinau era de las ciudades de la URSS con mejores temperaturas, de hecho, un piso aquí era muy fácilmente intercambiable por otro en el centro de Moscú (algo que ya no ocurre, por supuesto).

Además, el acceso de Breznev al poder en Moscú hizo que sobre Moldavia cayeran inversiones millonarias, ya que este había sido secretario general del Partido Comunista de Moldavia la década anterior. Chisinau se llenó de expertos en todas las materias de toda la zona de influencia comunista en el mundo. La ciudad, aunque decadente, sigue siendo agradable para pasear en muchas de sus zonas centrales.

Los rusos intentaron difundir la idea de que los moldavos hablaban una lengua distinta a los rumanos para evitar cualquier potencial deseo de reunificación. Es más, se promovió la escritura del moldavo (rumano) en alfabeto cirílico y no latino. Esto se acabó en 1989, cuando las autoridades, presionadas por la calle, recuperaron el alfabeto latino para el rumano en Moldavia. Dos años después, Moldavia declaraba su independencia con la bandera rumana y el escudo de Esteban el Grande en medio. Aún se puede ver esa primera bandera firmada por los miembros del parlamento en el museo nacional.

La independencia trajo una doble transición: hacia una democracia que aún sigue siendo imperfecta; y hacia un nuevo sistema económico, el capitalismo, que convirtió al país en el más pobre de Europa. Culturalmente, el ateísmo oficial soviético se sustituyó por una vuelta de la religión: el 80% de los moldavos hoy en día se consideran religiosos. De hecho, el número de iglesias en el país se ha multiplicado por diez desde 1991. El país sigue dividido entre la mayoría que anhela entrar en la Unión Europea y una minoría importante nostálgica de la era soviética y que prefiere alinearse con la Rusia de Putin.

En este mar de iglesias nuevas y antiguas de la capital, os recomiendo una: la iglesia de madera de Hiriseni, dedicada a la dormición de la Virgen María, ya que es espectacular. Es de piezas de madera perfectamente ensambladas sin uno solo clavo ¡cómo si se tratara de un gran juguete! Su belleza armoniosa en medio de un bello parque la hacían aún más bonita, sobre todo en otoño. 

Para comer, nada mejor que la famosa cadena La Placinte, donde sirven una selección de especialidades nacionales, todas perfectamente servidas. Además de los típicos pasteles nacionales, recomiendo la Mamaliga, una especie de polenta de maíz amarillo que se come con queso cottage, crema agria, verduras al vapor y una proteína, como las salchichas caseras. El queso fresco de oveja con pimientos a la brasa y especias también está delicioso.

No olvidéis pasaros por la mítica tienda de Bucuria al lado de la plaza central, donde comprar cualquiera de los bombones que ofrece esta marca de chocolates que empezó como empresa chocolatera estatal en 1946, y que aún hoy es la más querida por los moldavos.

La Moldavia rural

Desde Chisinau, adentrarse en las zonas rurales del país no es difícil: las carreteras están en buen estado y no haría falta quedarse a dormir fuera de la ciudad si no os apetece moveros de hotel. Aunque en las ciudades de provincias como Orhei hay hoteles muy cómodos a buenísimos precios.

Yo os propongo replicar lo que yo visité: podéis salir de Chisinau para visitar la región de Calarasi, en la que además los viñedos y de bonitos bosques en tonos otoñales podréis ver monasterios mezcla de estilo clásico y barroco con elementos tradicionales moldavos (como el de Frumosa con sus cúpulas azules). Además, la región está llena de pozos de todo tipo ya que es una de las grandes costumbres del país. Desde los más tradicionales de madera y piedra pasando por los soviéticos con vallas y techos metálicos; hasta los más contemporáneos: algunos con forma de taza de té. Lo mejor es que en todos puedes beber agua fresca de gran calidad. Y la ola de religiosidad que vivió en país tras el comunismo ha hecho que en muchos pozos se hayan construido cruces.

Es interesante ver la arquitectura soviética de los edificios públicos en las poblaciones, sobre todo los antiguos colmados públicos (supermercados de la era comunista) ahora abandonados, muchos con mosaicos del realismo socialista. Eso sí, ni una estatua de Lenin: todas fueron substituidas por las del rey Esteban el Grande.

Moldavia es conocida también por contar con algunos de los mejores vinos del mundo. De hecho, tienen el récord Guinness del mundo por la bodega más grande: la Milestii Mici. No olvidéis visitar este u otras bodegas.

Tras visitar Calarasi, dirigíos a comer a La Badis, un precioso restaurante en un edificio tradicional donde probar los platos más característicos del país. Empezad con una zeama o o sopa de pollo con fideos con crema agria por encima. Seguid con un poco de placinte (los pasteles típicos del país): el de manzana está buenísimo pero en otoño hace uno de calabaza aún mejor. Aunque tengan azúcar se suelen comer como entrantes. La berenjena a la brasa picada con nueces y trozos de granada también está espectacular. De principal opté por pato a la brasa en salsa de cerezas acompañado de una pera al horno. Y para beber, uno de los mejores vinos que he disfrutado: Alb de Purcari.

De este restaurante a Chisinau apenas os quedará algo menos de una hora, por lo que es perfecto para acabar una excursión mañanera a la Moldavia rural.

Transnistria: el país que no existe

Finalmente, una excursión que recomiendo es a uno de los lugares más curiosos en Moldavia: su famosa provincia rebelde, autoproclamada país independiente desde 1990. Ellos se llaman a sí mimos república moldava de Pridnestrovia (es decir, de antes del Dniester, el río que les separa del resto de Moldavia) algo que ya indica que su punto de referencia es Moscú y no Chisinau.

Pridnestrovia es también conocida como el país que no existe, ya que solo otras dos repúblicas los reconocen: Abjasia  y Osetia del Sur (estados, por cierto, que tampoco reconoce nadie). El caso es que sus habitantes, deseosos de seguir en la URSS, y viendo que el resto de moldavos luchaba por unirse a Rumanía o proclamarse república independiente, decidieron constituirse en herederos de la república socialista soviética de Moldavia, manteniendo incluso su bandera y escudo de armas, para no salirse de la URSS.

Sin embargo, la URSS se disolvió y este pequeño territorio inició una guerra de dos años con el gobierno de Chisinau que finalmente ganó gracias al apoyo de Rusia. Desde entonces, quedó en tierra de nadie, apoyado por unas 2.000 tropas rusas que "mantienen la paz".

Pese a que cualquier embajada occidental desaconseja visitar la provincia (o país, según a quién preguntes), muchas empresas ofrecen tours de un día. Es más, uno puede ir incluso por libre en transporte público. Moldavia no tienen frontera con Transnistria puesto que no reconoce su independencia. Y el autoproclamado gobierno De Pridnestrovia os dejará pasar dándoos un visado provisional que parece un ticket de parking sin tocar vuestro pasaporte, para evitaros problemas luego al salir de Moldavia.

Como no tenía mucho tiempo, opté por un tour en el que un chofer te recoge, te lleva y te enseña alguna de las principales atracciones turísticas. El que me asignaron, además, está casado con una transnistria, por lo que conocía el lugar al dedillo.

Lo interesante de esta excursión es que se viaja en el tiempo, a cómo era la Unión Soviética. Por un lado, no se encuentra mucha diferencia con el resto de Moldavia. Por otro, carteles propagandísticos o bustos de Lenin que ya se han retirado en el resto del país siguen estando aquí tal y como se instalaron en los años 40 del siglo XX. En muchos edificios aún se ven marcas de bala de la guerra que libraron con el ejército moldavo.

En plena Tiraspol, la capital, se encuentra la base militar rusa que los protege. De hecho, al pasar la frontera veréis un tanque ruso apostado en la misma. Hoy en día la mayoría de habitantes son partidarios de unirse definitivamente a Rusia: banderas rusas ondean en la mayoría de lugares y librerías y tiendas de souvenirs venden imanes con la imagen de Putin, Stalin, Breznev o Lenin.

Lo primero que hicimos fue visitar uno de los supermercados del "Sheriff Group" que pueblan esta provincia, propiedad del oligarca local, que además posee gasolineras, un canal de televisión y otros muchos negocios que incluyen un famoso club de fútbol. Allí te cambian euros a rublos priednostravianos. Los billetes no se diferencian mucho de otros (aunque son más pequeños de lo normal, eso sí). Lo curioso son las monedas: ¡están hechas de plástico! Las emite su propio banco central desde 1994. Tras cambiar dinero, curioseé por los pasillos del establecimiento, viendo que están bastante bien surtidos, y aproveché para comprar a precio muy competitivo el coñac Tiraspol, uno de los mejores del mundo y que se fabrica de la misma manera desde que se abrió la fábrica en tiempos de la URSS. También probé el caviar por primera vez: aunque caro, es algo más permisible que en Occidente, ya que en estos supermercados tienen piscinas con esturiones que crían para sacarles caviar que venden fresco en potes de todos los tamaños guardados en neveritas, empezando por uno minúsculo de 20 euros.

La plaza mayor de la capital provincial (o nacional según ellos) es muy parecida a la de Chisinau pero algo más pequeña, y cuenta con el típico edificio del antiguo soviet provincial y ahora considerado parlamento nacional, sólo que este mantienen toda la simbología original, incluyendo estrellas rojas o la hoz y el martillo, además de un elegante y enorme estatua de Lenin enfrente. En los jardines hay un tanque ruso de la Segunda Guerra Mundial con la inscripción "Za Rodinu" (Por la Madre Patria), así como un enorme memorial a los soldados locales muertos en todas las guerras que han luchado junto a Rusia. Aunque la estatua más grande es al generalísimo ruso Suvorov, fundador de Tiraspol en 1792. También han puesto una estatua enorme de la emperatriz rusa Catalina la Grande.

Los aficionados al realismo soviético o al brutalismo arquitectónico disfrutarán con muchos de los edificios y murales que adornan la pequeña capital. Y los amantes de la nostalgia comunista también: desde los vetustos trolebuses Ikarus, que siguen conectando las ciudades del país con cables de los que toman la electricidad, a viejas cantinas de trabajadores que mantienen carteles propagandísticos o bustos de Lenin, con sus suelos de granito blanco y negro; y los menús que se servían a los obreros, completos y a precios populares.

El guía me llevó a la conocida como "cafetería URSS", que se mantiene tal cual, y en donde me comí una sopa de pollo con fideos, un plato de guiso de habichuelas con carne picada y queso, ensalada de remolacha y todo acompañado de una infusión de frutas por solo tres euros.

Y pese a la omnipresente imaginería comunista, lo cierto es que la oleada de religiosidad que vimos en Moldavia también ha llegado aquí: la Iglesia Ortodoxa Rusa ha construido numerosas iglesias nuevas, además de restaurado otras tantas, que lucen con todo su esplendor. Me resultó muy curioso como a frescos de la Virgen los cubrían de joyas de oro donadas por los fieles. Pero aún me sorprendió más la nueva iglesia, casi en la frontera, dedica al zar Nicolás II, fusilado él y su familia real por orden directa de Lenin y canonizado por la Iglesia Ortodoxa Rusa en el año 2000. Las contradicciones de este lugar son espectaculares.

Lo último que vimos en Transnistria fue la fortaleza de Tighina, un castillo del siglo XV que tomaron los otomanos y que finalmente volvieron a tomar los rusos hasta el día de hoy. El castillo no es especialmente bonito, pero tiene una arquitectura curiosa y además, desde sus murallas hay unas vistas muy interesantes del país... y de la base militar rusa. También contiene un curioso museo de armas y otro de instrumentos de tortura.

Dejamos Transnistria devolviendo nuestros permisos en papel (no los olvidéis) y sin ningún sello en el pasaporte. Como si hubiéramos visitado un país que no existe.

IMPRESCINDIBLES

Comer

Cualquier placinte de "La Placinte".

Un menú de la era soviética en la Cantina URSS (Столовка СССР) en Bender (Transnistria).

Beber

Vino blanco Alb de Purcari.

Coñac Tiraspol.

Canción

Trenuleţul de Zdob şi Zdub & Advahov Brothers.

dijous, 29 de febrer del 2024

Huè, la DMZ y Dong Hoi

Empiezo mi serie de posts de Viet Nam con mi ciudad favorita, Huè, a la que además os añado dos excursiones interesantes: la zona desmilitarizada (para aprender más sobre la guerra entre Vietnam del Norte y los Estados Unidos de América, y los horrores que supuso); y también Dong Hoi, una apacible ciudad de provincias junto a otro de los patrimonios de la humanidad UNESCO con los que cuenta el país: el parque nacional de Phong Nha–Ke Bang y sus impresionantes cuevas, las más grandes del mundo.

La capital del Vietnam imperial decimonónico 

En el corazón de Viet Nam, a medio camino entre Ha Noi y Ciudad Ho Chi Minh se encuentra Huè, mi ciudad favorita de este bello país. Llegamos en tren desde Da Nang, tras un agradable recorrido por la preciosa costa de la región. Y nos alojamos en el edificio más alto de la ciudad: el nuevo hotel Melià.

Huè es una gran ciudad muy interesante pero muy apacible a la vez: hasta relajante. Uno puede alquilar una bici y recorrerla con tranquilidad, a lo largo del enorme río del Perfume. Lo mejor es disfrutar de la cotidianeidad de esta apacible villa, donde secan las barras de incienso al sol en aceras o sus habitantes acaban el día con una cerveza en sus concurridas terrazas. Y por supuesto, varias maravillas os esperan, empezando por la bella ciudad imperial, núcleo del poder político, cultural y religioso del Viet Nam durante casi dos siglos, declarada patrimonio de la humanidad por la UNESCO.

Nosotros empezamos precisamente por ahí: la primera mañana la dedicamos a disfrutar de este conjunto de palacios, templos, jardines y bellas y ornamentadas puertas. Muy influenciada por la Ciudad Prohibida de Beijing, visitarla puede llevar desde una mañana entera hasta dos días, dependiendo del nivel de detalle que queramos explorar. Además, el antiguo teatro imperial sigue operativo, por lo que aquellos interesados en las representaciones tradicionales o la música clásica vietnamita deberán reservar un tiempo para ello.

La entrada principal está dentro de la primera gran muralla, protegida por un fuerte con cañones. Dicho fuerte está presidido por una bandera gigante del Vietnam actual que se puso en agosto de 1945, cuando en esta enorme plaza se proclamó la República Democrática de Viet Nam, tras la abdicación del último emperador, Bao Dai, que le pasó la espada y su sello ceremonial a los representantes del gobierno provisional, pasando simbólicamente el "Mandato del Cielo". El emperador se convirtió en el ciudadano Vinh Thuy, y el nuevo gobierno le nombró asesor especial.

Dentro de la propia Ciudad Imperial se encuentra la Ciudad Prohibida Púrpura, donde residían los miembros de la dinastía Nguyen, sin duda la parte más bonita del complejo. Mis partes favoritas fueron el templo To Mieu dedicado a los emperadores de la dinastía con sus altares; el palacete Truong San y la sala de lectura del emperador con sus sofisticados jardines que la rodean. Otro consejo, coged una buena guía, leed los carteles pero evitad la audio guía porque no explica mucho y se alarga con datos irrelevantes. En cualquier caso, cualquier rincón os enamorará: los relieves de las paredes que usan cristales y hasta conchas para simular hojas de árboles, son maravillosos.

Tras esa visita, cogimos las bicis y nos dirigimos a almorzar otra de las delicias de la ciudad: el Bun Thit Nuong, carne de cerdo a la brasa con vermicelli y hierbas vietnamitas en el mejor restaurante que sirve esta especialidad, el Huyen Anh, a medio camino entre la ciudad imperial y la pagoda que queríamos visitar.

Tras el almuerzo seguimos a la pagoda más famosa de Huè: Thien Mu. Situada en una loma sobre el río, es para muchos el símbolo de la ciudad: su torre octogonal se dedica a las reencarnaciones de Buda y dentro del templo, he de decir que es el único lugar del país en el que he visto estatuas de Buda de metal refulgentes. 

Tumbas maravillosas

Si uno a estado en Egipto o la India, es consciente de la magnificencia que puede alcanza una tumba. Pero las de los emperadores de la dinastía Nguyen son otra historia: auténticos palacetes con sus jardines y lagos. Vale la pena visitar al menos dos, de las muchas que hay. Nosotros empezamos por la del emperador Tu Duc, por ser de las más impresionantes y haberse usado por el propio emperador en vida como palacete de retiro y ocio: cuenta hasta con un bellísimo lago artificial. 

El caso es que tras la pagoda Thien Mu, cogimos las bicis y nos dedicamos a pedalear durante media hora a lo largo de zonas semi-rurales hasta llegar a la tumba de Tu Duc. Allí, como en el resto de tumbas de esta dinastía, encontramos primero un patio de honor con figuras de piedra de elefantes, caballos, soldados y mandarines, y después un pabellón dedicado a los logros logrados por el difunto plasmados en una estela de piedra sujetada por una gran tortuga. A continuación, un templo donde venerar al emperador y emperatriz, al que sigue un estanque con flores de loto y poco después, la tumba (un sepulcro cercado). Todo ello rodeado de un bello complejo palaciego con sus jardines y lago artificial con una isla para que el emperador practicara la caza menor. La tumba incluye otro templo dedicado a las 104 esposas y concubinas de este emperador, con sus correspondientes altares.

Tras la tumba, seguimos pedaleando, pasamos por el altar de los sacrificios, la explanada Nam Giao, que a esa hora ya estaba cerrada, y seguimos hasta volver a la ciudad pasando por interesantes cementerios budistas y sintoístas. Y nos fuimos a tomar el mejor café con sal de la vida en el Cà Phé Muoi Nhà Sóc. Además, su pequeña terraza elevada con vistas al canal es inolvidable.

A la mañana siguiente, antes de dejar Huè, también visitamos la tumba del emperador Minh Mang que creo que incluso me gustó más por su calma y el precioso bosque que la rodeaba. 

Cocina imperial

Además del restaurante de camino a la pagoda, vale la pena descubrir la maravillosa gastronomía imperial: Huè es conocida por tener la mejor del país, herencia del saber hacer que los antiguos cocineros imperiales luego aplicaron en los restaurantes de la ciudad y ahora todos podemos disfrutar. Por ejemplo, el restaurante Madam Thu es perfecto para probar las diferentes especialidades, que servirán en un plato degustación perfecto para dos personas. Los pasteles de arroz de la ciudad son memorables: banh khoai, banh uot, banh nam (mi favorito), banh beo, banh loc y banh it. Lo mejor es regarlo todo con la cerveza local: Huda.

Finalmente, probad las famosísimas sopas dulces de Huè: reservadas para la realeza en el pasado, debido al alto precio de sus ingredientes, ahora son un dulce popular disfrutado por todos en puestos callejeros. Algunos de los más famosos se encuentran en los alrededores del mercado de Dong Ba. Recomiendo la che thit quay, o sopa dulce de cerdo a la brasa, a veces de pequeños pastelitos de yuca rellenos de cerdo a la brasa hervidos en agua con azúcar. También disfrutamos la de taro (che mon sap vang), la de ube (che khoai tia) y la de semillas de loto (che hat sen), que es la más popular entre los vietnamitas. Si no os atrevéis con la comida callejera, también podéis disfrutar estas sopas en el elegante restaurante del Meliá, donde las preparan con almendras y lichi.

Y aunque parezca una gran ciudad, de nuevo: en Huè cierra todo muy pronto, así que id pronto a cenar o os encontraréis cocinas cerradas. 

La DMZ

Para visitar la zona desmilitarizada y llegar a Dong Hoi desde Huè, alquilamos un taxi que nos fue parando en diversos puntos de interés (sale bastante bien de precio y son súper simpáticos). La primera parada no nos la esperábamos pero nos gustó mucho: fue la basílica de La Vang, construida en el lugar de peregrinación católico más importante del país, ya que se cree que aquí se apareció la Virgen María en repetidas ocasiones a las víctimas de la guerra. La iglesia original permanece en ruinas fruto de los bombardeos y detrás hay una basílica gigante de estilo pagoda a medio terminar pero con capacidad para miles de personas.

Después nos dirigimos al centro de visitantes de la iniciativa Mine Action, una iniciativa pagada por las cooperaciones noruega, estadounidense, surcoreana e irlandesa que, además de avanzar en el proceso de identificación y desactivación de explosivos, busca llamar la atención sobre el gravísimo problema de los miles de objetos militares que aún no han explotado y que pueblan tierras, aguas y bosques del país, causando decenas de heridos y muertos aún. Recordemos que Estados Unidos destruyó el 20% de las selvas del país esparciendo 20 millones de galones de herbicidas tóxicos. Y eso sin contar los explosivos instalados o lanzados: aún un quinto de las tierras del país son peligrosas con millones de toneladas de bombas y minas sin explotar. La mayoría están en la provincia en la que nos encontramos: Quang Tri.

Nos recibió una de las víctimas que nos contó su terrible historia, de como jugando con su primo confundieron una granada con una pelota que acabó matando al otro e hiriéndole de gravedad a él, dejándole sin un ojo, sin un brazo y sin una pierna. Desde entonces, dedica su vida a acabar con esta lacra explicando a todo el mundo todo lo que queda aún por hacer.

Tras la dura visita, comimos en la insulsa ciudad de Quang Tri el famoso plato bun hen, que son almejas minúsculas (servidas sin sus conchas) con fideos de arroz, mango verde, hojas de banano, cacahuetes y una variedad de hierbas aromáticas. Y de ahí, directos a la famosa franja desmilitarizada que dividió Vietnam en dos repúblicas: una capitalista al sur y otra comunista al norte, según los acuerdos de Ginebra que pusieron fin a la guerra de independencia de Francia. Los acuerdos dictaban que se celebraría un referéndum en ambos países para ver si las poblaciones querían unificarse o no. Las autoridades de Vietnam del Sur incumplieron este punto y se negaron a celebrar el referéndum lo que llevó a Ho Chi Minh, líder de Vietnam del Norte, a crear el Viet Cong, como frente de liberación comunista en el sur.

Cruzamos el famoso puente que unía ambas fronteras y vimos las enormes torres de altavoces a ambos lados que lanzaban propaganda. Al norte también había una bandera gigante sobre un gran pedestal forrado en un mural de realismo socialista que narraba la victoriosa guerra de Indochina contra Francia y luego EE.UU. liderada por Ho Chi Minh.

La última parte que visitamos fueron los túneles de Vinh Moc, una aldea del norte cerca del mar donde 60 familias resistieron durante seis años los bombardeos aéreos y marítimos de los estadounidenses construyendo intrincadas redes de túneles donde hicieron vida como pudieron a 30 metros bajo tierra. En el complejo se pueden ver los pozos, cocinas, wáteres, habitaciones para cada familia (minúsculas) y hasta el hall central donde se reunían o hacían representaciones. En Vinh Moc cayeron un rato de siete toneladas de bombas por persona. Y en esa aldea subterránea nacieron 17 bebés.

Dong Hoi y el Parque Nacional de Phong Nha–Ke Bang

Finalmente llegamos a la apacible Dong Hoi, ciudad costera también al borde de un gran río, bombardeada durante años y ahora solo queda en pie de las antiguas edificaciones una iglesia católica en ruinas y algunas puertas de la antaño ciudadela de la ciudad. Pero la mayoría de visitantes venimos por ser el punto más cercano para visitar el parque nacional de Phong Nha–Ke Bang.

Este parque es una extensión del sitio natural del mismo nombre, que se inscribió en la lista del Patrimonio Mundial en 2003. En el paisaje se observa la presencia de bosques tropicales y mesetas kársticas de gran diversidad geológica, así como de abundantes grutas y caudalosos ríos subterráneos sumamente espectaculares. Los tours incluyen visitas a cuevas secas andando y a las que tienen río en barca. El sitio posee un grado de diversidad biológica muy elevado y alberga numerosas especies endémicas. Con su extensión se garantiza mejor la integridad del ecosistema y se refuerza la protección de las cuencas hidrográficas, cuya importancia es esencial para mantener intactos los paisajes kársticos.

Nos alojamos en el cómodo hotel Melià también, por su excelente relación calidad-precio. Las vistas del río y puerto pesquero desde la habitación eran impresionantes. Pero para cenar, optad por un pequeño restaurante familiar en la calle de al lado: Bank Khoai Tu Quy, donde disfrutar de las famosas tortitas crujientes rellenas de deliciosa carne de cerdo que se forran de un papel de arroz y se rellenan de hierbas y mojado en salsa de cacahuetes; así como las pequeñitas y suaves tortitas con gambas; así como chao can, la sopa típica de la ciudad con anguila y cerdo, algo picante.

Como veis, el centro de Viet Nam ofrece un montón de lugares interesantes que visitar además de una gastronomía única. Huè fue lo que más me gustó, y ya veis que en sus alrededores hay un montón de cosas que ver. 

IMPRESCINDIBLES

Comer

Bun Thit Nuong en el restaurante Huyen Anh.

Beber

Cerveza Huda en cualquier terraza animada.

Café con sal en el Cà Phé Muoi Nhà Sóc.